Somos profundamente incoherentes.
Y me incluyo en esta sentencia, porque hubo un tiempo -concretamente cuando rondaba los veinte- en el que también me pasó esto: era profundamente incoherente entre lo que iba predicando y lo que realmente sentía y quería.
Para continuar explicando mi historia, necesito explicarte antes qué es el femenino normativo y el masculino normativo, aunque probablemente ya habrás oído hablar de ello.

El Femenino normativo es el conjunto de todas esas ideas sobre lo que se supone que debe ser una mujer. Son todas esas construcciones mentales, emocionales y culturales sobre lo que es (o más bien debería ser) una mujer en nuestra sociedad. Por ejemplo: delgada, ni muy alta ni muy baja, sin arrugas, educada, discreta, silueta de reloj de arena, divertida, heterosexual, simpática, que le gusten los niños, que cuando “le llegue la edad” quiera ser madre, cariñosa, responsable, con el pelo largo o por las orejas… Y si nos vamos al extremo del femenino normativo: que guste de llevar vestidos, faldas, y tacones. ¡Ojo! que no hay nada malo en esto, solo se convierte en algo muy negativo, cuando consciente o inconscientemente te sientes obligada de alguna u otra forma a cumplir con ello.
El Masculino normativo sería exactamente lo mismo pero en los hombres. Se trata de todas esas expectativas que se han construido sobre la masculinidad: que si eres hombre tienes que ser grande y alto, fuerte por fuera y por dentro; que si eres hombre no hay mucho espacio para expresar emociones que aún no están bien vistas en los hombres como por ejemplo llorar, que se espera de ti que tengas un buena trabajo, -que no importa si te hace feliz o no, pero que trabajes-; que seas el rey de la decisión y la seguridad en ti mismo, etcétera, etcétera.
Todo esto pesa muchísimo, es una losa de granito que tanto hombres como mujeres llevamos en la espalda. Y además de pesar, hiere muchísimo.
Sin darme cuenta yo me pasé toda la adolescencia y algunos años de mi juventud intentando alcanzar el femenino normativo, y como consecuencia padeciendo todos esos sentimientos de soy insuficiente, no soy adecuada, y por lo tanto nadie me va a querer. Y al igual que yo me pasé todo ese tiempo intentando alcanzar ese canon femenino muy probablemente les pasaría lo mismo al 99% de mis compañeras de clase, y también a mis compañeros.
Ha sido duro.
Creo que nos ha pasado factura intentar, seguir intentando y no parar de intentar ser lo que debiéramos ser, para nunca conseguirlo, tratando de huir de ese cegador miedo al rechazo y al no ser querida, o querido por los demás. Digo que somos profundamente incoherentes porque en muchas ocasiones hemos soltado ese manido discurso de la belleza está en el interior cuando por dentro nos moríamos por ser como se suponía que debíamos ser.
Y qué alivio y qué liberación cuando dejas de intentarlo, cuando te das cuenta de que es imposible alcanzar algo que en realidad no es real, y con lo que tampoco estás de acuerdo. Porque hay veces que quieres llevar el pelo largo, y a veces corto, hay veces que te apetece ponerte una estupenda minifalda y otra vestir con los pantalones más anchos posible, hay veces en las que sí eres discreta y educada, pero otras veces no lo eres, ni lo quieres ser. Puedes no querer ser mamá o sí serlo, y puedes sentirte atraída por chicas, por chicos y chicas, o solamente por chicos.
Puedes sentir, ser y hacer todo esto y más, y es válido. Y cuanto más hayas hecho las paces con lo que realmente eres y sientes, menos ganas te van a dar de perseguir el fantasma del femenino normativo. Y más atractiva te vas a sentir, porque no estarás luchando contra nada tuyo, y tendrás la libertad de mostrarte tal y como eres. Y te amarás a ti, si, te AMARÁS. Y esto es un requisito indispensable para tener una relación. O al menos una relación honesta contigo y con el otro. Porque si tú no te quieres, es imposible que puedas querer de manera sana, puesto que vas a intentar compensar tu carencia de amor a ti misma de una manera u otra, repercutiendo esto en la relación con tu pareja. Y de la misma forma en que tu dejas de arrastrar el peso del femenino normativo no tendrás la necesidad de exigírselo a tu pareja o potencial pareja, y la vida será (un poco) más fácil.
